domingo, 21 de enero de 2024

Hardcore

       


La sociedad estaba en modo hardcore.

 

En contadas ocasiones, los textos que llegan a nuestras manos -bajo la forma de rutinarios exámenes- esconden certezas fulminantes que los hacen merecedores de aplausos y otros vítores. Este caso en particular es, a mi parecer, uno de ellos.

El modo hardcore, aplicado aquí a la situación social -especialmente a la de la juventud- de la década del sesenta, nos sugiere tal vez una escena un poco más compleja e inquietante que aquella más publicitada, colorida y feliz, que encarnaba el espíritu del hippismo y el flower power. En algún lado, una burbuja de insatisfacción y creciente incomodidad latía y se preparaba para explotar y demostrar que, de algún modo, no todo era risas y sueños húmedos. El mayo francés, por un lado, y un puñado de tragedias -el 68 en México y en Praga, el clan Manson o el recital de Altamont-, demostraron que el modo hardcore estaba ajustando su programación para explotar, definitivamente, en la década siguiente. El sueño, frágil como todo sueño cuando se aproxima el momento del despertar, ensayaba su despedida. The dream is over, cantó John un par de años después, remarcando lo obvio, por si alguno no se había dado cuenta.