Los jóvenes
querían desinstalar el capitalismo.
En estos casos, lo que
hay que hacer es seguir las mismas reglas que el alguna vez bienquerido Bill Gates (o uno de sus empleados) diseñó
para el nunca bienquerido sistema
operativo Windows. Vamos paso a paso.
Primero deberemos acceder
al panel de control. En una
computadora es fácil de hallar (un par de clics bastan y sobran para llegar a
él), pero en el mundo real los debates sobre su real ubicación son complejos y sólo
dan lugar a discusiones y peleas. Por lo general, se acepta que su ubicación es
próxima a los centros de poder (casa de gobierno, congreso, palacios
municipales, despacho de ciertos gerentes, etc.). Así de fácil.
Una vez allí, habrá que
conseguir un listado de todos los
programas instalados, esperando que el dichoso capitalismo se encuentre entre ellos (no se preocupe, sabemos de
antemano que está allí, tranquilo, cómodo y haciendo copias de seguridad de sí
mismo cada tanto).
Finalmente, deberemos
encontrar el link (puede ser un botón, un ícono, o algo similar) que nos
indique la posibilidad de desinstalarlo. Por lo general, no nos sorprendería
que, una vez aquí, sea necesario ejercer un cierto grado de violencia para
lograr nuestro cometido. Del mismo modo, es también esperable que el sistema,
al sentirse atacado, ponga en funcionamiento distintos métodos de defensa,
incluyendo la posibilidad de sobornarnos y, posteriormente, comprar nuestra
propia alma. El resultado es difícil de predecir, más aún conociendo las
habilidades que el propio capitalismo tiene para mutar y mantenerse vivo ante
los más diversos ataques. La historia del mundo. O casi.