Sandro, el real Elvis de
La Salada
Ah, no. Con ciertas cosas
no se juega. La indignación brota de mi interior, y rápidamente me veo en la
necesidad de efectuar una férrea defensa de la figura a la que, alguna vez, el
gran Charly García denominó “el primer rockero argentino”. Es cierto: estaba el
jopo, los pantalones ajustados alla rocker, la camperita de cuero, y los
covers de rock and roll, al menos en los primeros momentos de su carrera.
Después, ambos tuvieron su propia fase crooner, romántica; Elvis luego
de su regreso del servicio militar, y Sandro desde mediados o finales de la
década del sesenta, con -para ambos- visitas asiduas a los estudios fílmicos,
en donde ambos Elvis desplegaron sus dotes actorales y seductoras. Pero, aunque
el estadounidense arrancó con ventaja -habiendo nacido diez años antes que Roberto
Sánchez Ocampo-, de ninguna manera puedo admitir el despectivo trato que en
esta frase se le otorga –“de La Salada”-, como si la calidad de su obra,
y su impacto en las generaciones posteriores, tuviera que ser relegada a un
plano menor en la historia de la música popular juvenil autóctona. Aguante el
Gitano, Sandro de América. Aguante.