miércoles, 31 de enero de 2024

Rosa, Rosa (de lejos)

 

Sandro, el real Elvis de La Salada

 

Ah, no. Con ciertas cosas no se juega. La indignación brota de mi interior, y rápidamente me veo en la necesidad de efectuar una férrea defensa de la figura a la que, alguna vez, el gran Charly García denominó “el primer rockero argentino”. Es cierto: estaba el jopo, los pantalones ajustados alla rocker, la camperita de cuero, y los covers de rock and roll, al menos en los primeros momentos de su carrera. Después, ambos tuvieron su propia fase crooner, romántica; Elvis luego de su regreso del servicio militar, y Sandro desde mediados o finales de la década del sesenta, con -para ambos- visitas asiduas a los estudios fílmicos, en donde ambos Elvis desplegaron sus dotes actorales y seductoras. Pero, aunque el estadounidense arrancó con ventaja -habiendo nacido diez años antes que Roberto Sánchez Ocampo-, de ninguna manera puedo admitir el despectivo trato que en esta frase se le otorga –“de La Salada”-, como si la calidad de su obra, y su impacto en las generaciones posteriores, tuviera que ser relegada a un plano menor en la historia de la música popular juvenil autóctona. Aguante el Gitano, Sandro de América. Aguante.