Baladas romanticosas.
¿Quién de nosotros no
guarda en su corazón alguna que otra balada
romanticosa (*) que, inevitablemente, nos recuerda épocas y momentos
entrañables? Las mismas suelen ser pegadizas, repetitivas e incluso un poco
almibaradas, pero siempre cumplen su cometido: emocionarnos, para pronto
hartarnos y así obligarnos a ir a buscar un poco de rock pesado con el que
despegarnos toda la miel acumulada. Hasta la próxima vez, claro; porque si hay
algo que las baladas romanticosas no
aprenden es eso de que no se debe volver al lugar en donde se fue feliz. Y el
ciclo se repite hasta el infinito, como un estribillo monótono que terminamos
tarareando sin querer, mientras esperamos que cambie el viento y nos traiga
alguna melodía nueva que quizás también recorra ese camino de ida que la
transformará, Dios no lo quiera, en otra balada
romanticosa de la que ya nos quejaremos en el momento oportuno.
(*) “Romanticosa”:
probable contracción latina de “cosa romántica” (¿res romanticus, quizás?).